viernes, 20 de febrero de 2015

“La vida misma”




Y ahí estaba yo, en mi departamento una noche de invierno con lluvia torrencial y mi gran taza de café con leche, adicción que comenzó el primer año de universidad y que nunca tuve reales intenciones de dejar, una terrina de helado de chocolate y menta, música de fondo y una de las últimas novelas que había comprado la semana anterior, en la mesa ratona frente a mí. Esperando pacientemente a que terminara de ver una película que poco me atraía.
Pero al no haber un plan mejor, habiendo rechazado la cena con mis padres y sus amigos, los cuales a pesar de la edad eran majos, pero que dos por tres creían que mi vida amorosa, o la falta de ella, era un tema de importancia, no me quedaba más que abusar del cable pago.
A veces me preguntaba porque lo pagaba, si casi nunca miraba la televisión, y terminaba escogiendo algo en internet (gracias televisores modernos, que permiten una conexión a internet), pero después me decía que alguna que otra vez encontraba algo de mi agrado, y que era sumamente útil, cada vez que tenía que cuidar a mis sobrinos postizos. Mis verdaderos sobrinos estaban viviendo en España, y los veía unas pocas veces al año, aunque hablaba con ellos a menudo por Skype.
Aunque no podía quejarme, la mayoría de mis amigas de siempre, ya estaban casadas y más de una había decidido, que expandir la raza humana era una buena idea. Algo, para lo que sabía, aun no estaba preparada, aunque a decir verdad muchas de ellas eran tres, cuatro y hasta cinco años mayores que yo, lo cual era lógico, desde un punto de vista biológico y socio-cultural, supongo.
Fue esa misma noche, de tormenta donde una vez más, mientras miraba distraída la película, me imagine a mi misma dentro de unos 30 o 40 años, siendo una vieja soltera pero estilosa, de capellina, atuendos sofisticados o raros y pelos de colores, mirando los escaparates de las tiendas en Europa.
Secretamente, tenía la ilusión de que en algún momento de mi vida, por algún extraño y bizarro acontecimiento, lograría recaudar el dinero suficiente, para cuando al ser vieja, poder viajar a todos aquellos lugares a los que quería, sin remordimiento o detenimiento alguno. Claro en mi fantasía ideal, yo era libre y vagaba con soltura por las calles de Paris, Milán, New York, Japón, etc, etc.
Hasta ahora lo más cercano habían sido mis viajes de seudo mochilera, los cuales había emprendido sola, por motus propio, pero que nada tenían de sofisticados o refinados. Sola una chica simple, con una vida aun más simple, vagando por las calles de ciudades históricas, perdida en su mundo, imaginando todo lo que allí ocurrió años atrás.
Desde chica, se me daba con facilidad, el inventar historias, no en vano era considerada una buena mentirosa/actriz, capaz de crear historias coloridas en menos de dos segundos. Mis amigas solían divertirse mucho, cuando salíamos y a mí se me daba por inventarme un nombre y personalidad falsa, y mi interlocutor se lo creía sin miramientos.
Más de una vez me ha salvado de una reprimenda en mi adolescencia, y era en muchas ocasiones el bufón del grupo, pero también confidente. Fue también, lo que a pesar de mi timidez, me ayudo a conseguir el trabajo en el que estaba, que a pesar de estar mal visto por mi madre, me gustaba mucho.
La fotografía era uno de mis tanto sueños, a pesar de que nunca había hecho nada serio con ello, y mantenía bastante oculta esta faceta, había logrado juntar suficiente dinero como para comprarme una cámara bastante buena, debo admitir, que mi padre me ayudo bastante, y como el dijo, era también un regalo por haber terminado la carrera.
En cada viaje trataba de retratar esos momentos que eran gloriosos para mi. Detalles que solían llamarme la atención, y que tal vez a los ojos de otros pasaban desapercibido. Legado en parte de haber pasado casi 7 años estudiando una carrera de diseño, donde hasta el mas mínimo detalle cuenta.                           
En fin, hacia casi dos años y medio que trabajaba con Jonathan, y había aprendido muchas cosas, con solo observarlo a el y a Candy trabajar. Algunas veces, hasta Candy pedia mi opinión sobre ciertas cosas, según ella, mi ojo era agudo y lograba distinguir cuando algo no funcionaba. Fue luego de escucharme mantener una charla con Candy, mientras me hacia pasar por una “conocedora” de la fotografía, que opinaba sobre su trabajo, cuando Jonathan nos escucho, aparentemente estaba buscando a alguien animado, practico y organizado que se encargara de la agenda, ya que su esposa estaba esperando a su tercer hijo, y no podía ocuparse de esas tareas. Sin más, después de una charla, en la que me sentí un poco observada, Jonathan no solo tenia unos ojos grises penetrantes, sino que siempre estaban atentos a todo, me convertí en la flamante y divertida secretaria de su estudio.
A decir verdad, cuando acepte, nunca creí que eso incluía ver pasearse por delante de mis ojos a hombres y mujeres de una belleza extraordinaria, o a famosos, que había adorado y venerado idílicamente gran parte de mi vida. Después de un tiempo logre acostumbrarme a ellos, aunque aun me deleito con las bellezas que transitan frente a mis ojos todos los días. Que puedo decir, adoro mi trabajo, esta bien pago y jamás es rutinario.
Estaba ensimismada en mis cavilaciones, con la película de fondo, cuando de pronto el ya conocido gemido de mi vecina y su novio, consiguieron volverme de golpe a la realidad.
“Gracias Catwoman del 5b… nota mental, la próxima vez preguntar si hay alguien con inclinaciones sexuales ruidosas en el edificio, antes de mudarme”.
Como la mayor parte de los fines de semana de los últimos 5 meses, la muchacha en cuestión comenzó a hacer esos particulares sonidos gatunos, mientras gritaba
- Soy tu gatita ¿y tú?” - mientras su novio entre gritos entrecortados y rugidos, si rugidos le contestaba
- Soy tu tigre, gatita, tu rey león.                                                                                                                          
Creo que eso sumado a mis pensamientos, y al darme cuenta que estaba en casa, en pijama una noche de sábado por la noche, fueron lo que me llevaron a estallar en un sonora carcajada. No pude evitar asomarme al pequeño balcón de mi departamento, cuando finalizaron y comenzar a gritarles groserías, referidas a sus prácticas “animales”, creo que también dije algo relacionado con Disney y la inocencia.
A decir verdad, cuando tenía uno de mis ataques de risa, no podía contenerme, y sinceramente, poco me importaba, vivía en un edificio de 15 pisos, en el 14 B, en una ciudad repleta de edificios, probablemente nunca supieran quien era yo.                                 
Una vez que termine mi pequeño discurso, sentí un par de aplausos y gritos de aprobación amortiguados por la lluvia, y a pesar de estar empapada de pies a cabeza, no me importo, en ese momento me sentí plena y orgullosa de mí misma. Claro todo esto era porque sabía que en realidad nadie podía verme con claridad, salvo si estuviera parado en el balcón del departamento de al lado, pero no me preocupaba, raras veces alguien vivía en él, y en las ocasiones en que esto ocurría, nunca salía a su balcón. Sin embargo, dada mi buena suerte, cuando me gire para entrar en la seguridad de mi cálido hogar, me di cuenta de que alguien me observaba desde la ventana, escondido entre las pesadas cortinas. Cuando me detuve en seco, y me pare a mirarlo, rápidamente se escondió en la seguridad de su hogar, pero creía que por su contextura física era un hombre. Me encogí de hombros y volví a entrar, esta ciudad estaba plagada de gente con particularidades, quien era yo para juzgar.
- Seguro que es un vampiro, un hombre lobo, alguien que padece una extraña enfermedad genética que mal forma las partes del cuerpo o una mujer físico-culturista – le comente a Hanna, cuando hablábamos en nuestra tradicional charla nocturna.
- ¡Aiii amiga! ¡tú y tu gran imaginación! – contesto conteniendo una risa.
- ¿Qué? Tu sabes que el tipo casi nunca esta, y las pocas veces en las que para, nadie lo ve, seguro que es un agente del FBI o de la CIA, en una misión secreta, o mira si no es alguien de la mafia, o alguien escapando de ella, o peor aun un asesino a sueldo, o ¡un asesino en serie! – replique.
- ¡Dios mujer! Deja de leer esas novelas retorcidas, creo que ya te las estas creyendo.
- Tu de envidia porque en tu barrio de residencias nunca ocurre nada interesante – espete ocultando la risa.
- ¿Cómo que no? La semana pasada el perro de los Finnigan se robo el periódico de la Sra. Josemite – contesto aparentando seriedad.
- ¡Por favor! Creo que lo más grave que ha ocurrido ahí, fue el gran robo de enanitos de jardín de hace un año atrás.
- Si y todos seguimos preguntándonos, quien a tenido tan poco corazón para robarse al Sr.Smugles, de casa de los Normando… porque aun nadie a dado con el ladrón – comento seria – ¿acaso tú tienes alguna idea? – ella sabía perfectamente quien había sido.
- ¿Yo? – Pregunte inocentemente – la verdad, es que no, no lo sé, pero en mi defensa puedo decir que esa maravillosa persona le ha hecho un bien a tu comunidad, el Sr. Smugles era más parecido a Gollum, que a un duende de jardín – conteste riendo. Ambas nos estallamos en risa, al recordar ese verano.
Vale, había sido yo, pero debo decirlo, que siempre me dieron un poco de miedo esos enanos, que con sus caras sonrientes, eran los creadores de grandes masacres, en las películas e historias de mi infancia. Sus caras eran sospechosas, además ¿porque siempre estaban sonriendo? ¿Acaso era tan gratificante ser un enano que corre el riesgo de ser pisoteado, de que cada vez que asistía a un lugar concurrido, conseguir oxigeno era casi una tarea de alto riesgo?
 Lo admito estaba transfiriendo parte de mis experiencias a esos enanos, pero tenía razón, y creo que la comunidad silenciosamente felicito al ladrón de duendes.  La mayoría de estos ya debería de estar reubicados, solo decidí quedarme con el Sr. Smugles, como un trofeo de guerra, aunque estaba escondido en el fondo de un armario, envuelto muy bien en papel, porque internamente, aunque me negaba a admitirlo en voz alta, aun creía que esa cosa, cobraría vida y se tomaría revancha conmigo.
- Bueno amiga, ¿hay algo que quieras contarme? ¿Algo nuevo en tu vida?
Pobre Anna, esta era su manera de preguntarme si había conocido a algún hombre. A diferencia mía, ella si había encontrado a su príncipe azul, un empresario, que la amaba con todo su ser, un tipo genial, de los que pocas logran encontrar, si Philip tenía sus cosas, pero juntos se complementaban.
- O si, esta semana he comprado un jabón de uva, que me dan ganas de morderme un brazo cada vez que lo uso, además estoy pensando en comprarme una nueva planta, creo que Filomeno se siente un poco solo – Filomeno era uno de mis 3 cactus, el más joven y que aun estaba soltero. Mi amiga soltó un resoplido ante mi comentario – además ayer me tope con un hombre muuuuy guapo en la escalera, es rubio, de ojos marrones, muy divertido y con un humor de las mil maravillas – agregue como quien no quería la cosa.
- Zara sabes que el hijo menor de los Regianis no cuenta como un posible candidato, ni siquiera a dejado los pañales, ¡debería darte vergüenza! – contesto haciéndose la irritada.
- No me importa, puedo esperar a que sea mayor de edad, aunque para ese entonces tendré ¿cuánto? ¿casi  40? ¿que son unos 17 años de diferencia? – ambas nos echamos a reír. Siempre le gastaba una broma de este estilo, antes estaba “enamorada” del Sr. Bigotes, el gato del encargado, que era una especie de Gardfiel gris, que prefería pan, antes que lasaña.
- ¡Dios eres un caso perdido! – de fondo se escucho el llanto de Julián – Oh, cariño lo siento pero…
- Ve mujer, que tu niño, te llama, ¡no descuides a esa bola de pelo que tanto quiero!  ¡Y dale un abrazo a ese maridito tuyo! – nos despedimos escuetamente, y cada uno siguió con lo suyo. En mi caso, una película mustia.
Aunque a decir verdad, después del ataque de risa y valentía, no pude evitar sentir que el frio se colaba por mi cuerpo, me había cambiado la ropa mojada, pero era ese frio de soledad, que cada tanto me rodeaba. Como si pudiera abrazarme, recordándome día a día, que estaba sola, quebrantando el tratado de paz que tenia con mi soledad.
Era en esos extraños momentos, donde realmente quería creer en el amor y esas cosas, no que me haya convertido en una resentida que no cree en el amor, solo creo que nosotros dos no somos muy compatibles, además de que tengo las sospechas de que mi Cupido se droga o se olvido de mi.
Me sacudí en la comodidad de mi sillón, me acurruque con una manta y me dedique a mi libro. Aunque tampoco logre concentrarme demasiado en el. Cada dos por tres me sorprendía abstraída, mirando la lluvia caer, pensando en que me encantaría estar en una playa.

domingo, 15 de febrero de 2015

Había una vez... alguien con una terrina de helado y un libro en la mano.

Si, con solo 25 años de edad, había cambiado el sexo por una terrina de helados, el príncipe azul, por un novio con pilas, y las salidas de un sábado o viernes por la noche por una buen romance de papel o en la TV.
A decir verdad mi vida era simple, trabajaba todos los días de 9 a 18 horas en un estudio de fotografía, como secretaria, a veces hacia horas extras, y dos por tres me quedaba hasta después de hora en la sala de revelado, deleitándome con algunas de las ultimas creaciones de mi jefe. El cual, no, no era ni un dios griego ni un adonis, solo un simple fotógrafo de unos 50 años, felizmente casado, que prefería la vida campestre a la gran ciudad, pero que no podría sobrevivir en una granja sin internet o un teléfono móvil mas de 48h.
Habiendo crecido cerca del campo toda mi vida, era consciente de que un par de botas de montar y una casa de fin de semana en las afueras con una pequeña huerta, no te convertía en un granjero, pero quien era yo para frustrar los sueños de vaquero de mi jefe.
Según mi madre, lo único que hacia en ese empleo era perder el tiempo, “Tienes un titulo de arquitectura, y una mente brillante, y te conformas con ser la empleada de un fotógrafo social”.
Lo cierto era que amaba estar en el estudio, hubiera preferido ser la fotógrafa, pero no puedo quejarme. Jonathan se dedicaba a fotografiar campañas publicitarias de marcas importantes, y para algunas revistas de renombre, no era su asistente, ese puesto lo tenía Candy, una bella muchacha de ojos rasgados, pelo cobrizo y un cuerpo de infierno, que se había ganado su lugar a fuerza de pulmón, y sospechaba que con algún empujoncito de su padre, un político adinerado, aunque ella lo negara rotundamente. Prefería evitar discusiones, era una de mis mejores amigas, a pesar de ser todo lo contrario a mi. Según Matt, un exex-algo mío, Candy era una belleza exótica y yo era adorable. Supongo que debería haberme dado cuenta de que era un mequetrefe la segunda vez que salimos y me pidió dinero para pagar las bebidas en el bar, a lo que claramente yo accedí de buena gana, no porque estuviera desesperada por amor, lo cual en parte no estaba demasiado alejado de la realidad, sino porque siempre fui fiel creyente que el hombre no tiene la obligación de pagar todo en las citas. Aunque la mayoría de mis amigas opinen lo contrario y crean que estoy un poco mal de la cabeza.
En fin, después de salir aproximadamente un mes, donde casi lo hicimos pero no, decidí que era mejor dejar lo que sea que estuviéramos teniendo, cuando me di cuenta que realmente estaba cansada de los hombres histéricos. Se suponía que en las relaciones la mujer era la que cargaba con la mayor porción de histeria, aunque a decir verdad, creo que para ese entonces ya empezaba a resignarme con ciertas cosas. Había tachado más de la mitad de cualidades en mi lista de “El hombre ideal”, alegando que solo quería a alguien divertido, espontaneo y que me quisiera.              
Años atrás también hubiera dicho que lo quería fornido, con un aire de misterio, apariencia de chico malo, pero inteligente, oscuro y sensible. Que me amara con desesperación y que estuviera dispuesto a correr gritando mi nombre en un lugar concurrido, luego de que discutiéramos y yo le dijera que tenía que elegir entre su vida en ese lugar oscuro, y la mujer de la que estaba perdidamente enamorada, claramente esa era yo, porque había recibido una oferta que no podía rechazar en el otro lado del mundo.


Si ya sé lo que están pensando, y si, he visto demasiadas películas de amor y he leído una tonelada de novelas románticas. Creo que ese fue uno de los grandes errores de mi vida, creer en el lema, “pasa en las películas, pasa en la vida real”. Que también podría aplicarse a los libros.                       
El problema se intensifico en el verano de mis 23 años, donde me volví adicta a estos libros, y comencé a consumirlos, como si fuera mi heroína personal.                                                                         
Un año más tarde me empecé a resignar de encontrar AL hombre, y solo buscaba UN hombre que lograra, por una mísera vez en la vida llevarme al orgasmo, y luego de cumplir los 25, sin nunca haber tenido un novio, como dios manda, y no haber logrado llegar el clímax en compañía masculina, decidí, que era mejor dejar de intentarlo, al fin y al cabo los orgasmos de Rigoberto, mi novio con 10 funciones distintas, me servía cuando los calores azotaban mi cuerpo, y una almohada reemplazaba en parte la necesidad de compañía. Claro que no era lo mismo que dormir en los brazos de un hombre, pero antes que nada…